El Anclaje al Mundo

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El Anclaje al Mundo

Cuando Chuck Noland(1), agobiado por la soledad, encuentra a Wilson, su estatus cambia para siempre. Y aunque esa pelota manchada (e interpretada por su extenuado  intelecto como un rostro humano) no pueda responderle con palabras, su sola figura ya es una respuesta a la interrogante cósmica de su humanidad. Es que Wilson representa al “otro”, al alter ego con quien espejarse para confirmar su propia presencia en medio de aquella desolación.

Hoy, otro “náufrago” aparece en nuestras comunidades. Es el asceta habitante de otra “isla”, una zona que, aunque poblada por símbolos incandescentes y una indetenible actividad está desprovista del acompañamiento de personas, las cuales (y solo las cuales) podrían contextualizarlo como ser tangible y humano. Se trata de una isla imaginaria que encandila con su luminosidad separando a su único habitante del mundo exterior, del más allá, haciéndolo concentrar en un lucro erótico del cual no le es permitido salir: la circunscripción a las adicciones.

Pero esa isla no es una prisión; podría, al igual que Chuck (aunque no fácilmente) salirse de la misma. No obstante, la subordinación, tanto sea por ejemplo al despotismo informático como a la tiranía de las sustancias psicotrópicas, crea alrededor del abúlico usuario un límite funcionalmente intraspasable una vez que éste ha sido captado en su interior.

Pero el obstáculo principal que enfrenta el “náufrago” para salir de esa isla imaginaria no es tanto el autoritarismo de su esquema atrapante, sino una inseguridad aprendida por él a través del usufructo de su territorio, en el cual el miedo al escape se acrecienta mediante el presagio de ser devorado por una marea desconocida o devuelto por el golpe de una ola incontenible, al mismo lugar. Es decir, una pérdida de la confianza en sí mismo entrenada asiduamente, que lo paraliza ante la menor idea de evasión y que incluso puede inducirlo a intentar auto-eliminarse (del mismo modo que Chuck) como única, última y fatal forma de salir.

La “soledad funcional” no es una verdadera soledad. Es un estado (reconvertible) resultante de un alejamiento (voluntario u obligado) de los puntos familiares o conocidos de amarre y conexión. Y esta soledad, entendida como desconexión del mundo  circundante, nunca es buena consejera. Tampoco es buena amiga y menos aún conveniente para la salud física o espiritual. Por el contrario, es un potente corrosivo que debilita, en cada uno de sus sometidos, las fuerzas de conexión con los demás, reduciéndole la capacidad de auto-percibirse y, sobre todo anestesiándole la voluntad de vivir (y en consecuencia, de sobrevivir) en el mundo real.

Variadas atracciones de nuestro mundo contemporáneo nos empujan, sin embargo, a habitar en forma solitaria esas islas desoladas, a colonizar imaginariamente feudos no  compartidos con los demás, como amos y señores, con una soberbia inaudita, alejándonos cada vez más del concepto de “juntos”, que es el alimento que nutre y anima nuestra (por desgracia, demasiado corta) existencia terrenal. Por eso, el rescate en esos casos se hace tan necesario. Más aún cuando se trata de náufragos muy jóvenes, con una educación trunca y/o una pobre socialización.

De ahí la importancia de los “Wilsons” de rostro amigable pero de carne y hueso, la presencia invalorable de aquellos que tienden puentes, de los que pilotan botes de salvataje, de las manos que sostienen con fuerza las cuerdas salvavidas, de los que de la nada inventan posibles rutas de evacuación, fabrican puertas o construyen nuevas carreteras, en fin, de aquellos que a pesar de la incertidumbre y el desánimo no abandonan a los innumerables “Chucks” en su esfuerzo por volver a reunirse con el mundo.

 

Nora Sisto

30/ Dic. 2022.

 

(1)    Personaje principal de la película “Náufrago” (“Cast Away”, USA, 2000) protagonizada por el actor Tom Hanks.