112.  La Lámpara de Aladino

El significado de la Educación y la viabilidad de su aplicación eficiente.

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      Según la conocida fábula, cuando Aladino frota la lámpara mágica, el genio que la habita se asoma para concederle tres deseos. Esta fantástica alegoría  nos revela la aspiración que podemos albergar, cualquiera de nosotros, de convertirnos en alguien mejor. Pero, como por el momento la magia parece no existir en nuestro mundo real y concreto, es la Educación la que puede hacer  este “milagro”. Es la Educación el “genio azul”, al cual cada uno puede invocar a su mágico recinto, para que le conceda la gracia de  elevarse como persona.

      Existen infinidad de teorías acerca de cómo educar, algunas modernas, otras posmodernas y otras de antigüedad inmemorial. Esto se debe a que, en cada época histórica, los gobernantes y los usuarios de turno han tratado, en cada caso,  de aportar lo que suponían «mejor» para elevar el nivel de socialización de la gente (aunque a veces, también para dominar inocentes ciudadanos). Algunas propuestas se ocupan de denostar ciertas prácticas educacionales sugiriendo que no aportan al individuo la cuota necesaria de preparación para su vida, y otros optan por no enseñarle para no restarle independencia. No obstante, existe un basamento fundamental, subyacente a la actividad educacional, que es independiente de cualquier connotación política, religiosa o sociológica que quiera asignársele.

      Este basamento consta de dos ramas elementales, independientes y  complementarias entre sí: el entrenamiento y el adiestramiento. El entrenamiento (1) tiene por finalidad afinar la percepción orgánica del individuo. Esto es necesario para que el mundo deje de ser percibido por él como una masa amenazadora e ininteligible. Este entrenamiento tiene a su vez dos aspectos, que serían: por un lado el desarrollo exhaustivo de cada una de las capacidades perceptivas, y por otro la inducción de habilidades que puedan emerger de las mismas.

      Es decir, el ser humano posee una percepción que se apoya en la aplicación concreta de sus cinco sentidos sobre objetos determinados. Pero éstos, por sí solos, no tienen la facultad de apreciar culturalmente dichos objetos (o sea, establecer con ellos un vínculo, cognitivo o afectivo). Por ejemplo, yo puedo ver un cuadro como una mancha informe, o saber qué mirar en él.  Veamos la siguiente anécdota: cuando uno de mis hijos era adolescente, escuchaba música «heavy metal» a todo volumen, cosa que yo en un principio rechazaba por parecerme un griterío inaudible. Sin embargo, él se tomó el trabajo de hacerme escuchar y reconocer cada una de las canciones, haciendo que, al tomar conocimiento con las mismas mi apreciación cambiara radicalmente.

      Cada uno de los sentidos debe, en principio ser desarrollado para poner al  individuo en condiciones óptimas de obtener de él una información fisiológica, y a continuación se lo educa para obtener de él una información cultural. La capacidad de oler se educa, por ejemplo con el objetivo de distinguir y preferir olores, la vista se educa para saber mirar cualitativamente o admirar, la capacidad auditiva para escuchar y diferenciar sonidos, el tacto para sentir agrado o desagrado, y el gusto para saborear. También se educa la tosca movilidad para que se traduzca en motricidad fina, y la capacidad de desplazarse para que se transforme en noción y búsqueda de ubicación. Por eso, es necesario que el educador maneje estrategias para que estos objetivos puedan cumplirse. Porque cuanto más exhaustiva es la comprensión del universo, mayores son la certeza y la seguridad de quien lo percibe. Es el fundamento del Saber.

      Es decir, al educar cada capacidad, se la convierte en una habilidad. Así, por ejemplo, la capacidad de dar pasos puede convertirse no solo en la habilidad de correr una maratón sino en la de diseñar trayectorias, el instinto puede convertirse en sentimientos de amor y emoción, y la voz puede volverse discurso y melodías. Aún más: en caso de no poseerse alguna de las capacidades elementales, pueden proveerse (es más, habría obligación de hacerlo) de prótesis sustitutivas para no coartar el alcance de ulteriores habilidades. Quien no puede ver, por ejemplo debería disponer de un sistema que le permita igualmente desarrollar la habilidad de la lecto-escritura, y quien esté impedido de caminar utilizando sus propios músculos debería poder hacerlo a través de otros mecanismos propulsores.

      El entrenamiento puede ser objeto de deformación. Esto ocurre cuando quienes, en su propósito de entrenar a un individuo lo que hacen es  anestesiar sus capacidades o inducirlo a apreciar el mundo bajo una óptica predeterminada. Un ejemplo: cuando yo era adolescente, allá por la década de 1960, fui fuertemente inducida a estudiar una carrera universitaria. La creencia en aquella época era que, quien no aspiraba a ser profesional universitario (y en su defecto, se inclinaba a estudiar otra disciplina “menor” como Magisterio, Psicología o Educación Física) era porque “no podía” con ello. (Y debo decir que, aunque en la actualidad esa creencia ha sido —casi— desterrada, no fue fácil desprenderme de ella. (2)) Vale decir que, la inducción tendenciosa fácilmente corrompe el entrenamiento, despojándolo de su necesaria libertad.

      El entrenamiento es necesario, pero no es suficiente. Por eso, la otra rama de la Educación es el adiestramiento. Este es posterior al entrenamiento, y tiene la finalidad de fomentar y concretar en el individuo el desarrollo de alguna destreza (3). Por ejemplo, alguien cuyas cuerdas vocales le habiliten y ya sepa cantar, puede ser adiestrado para convertirse en tenor o soprano, y quien posea la habilidad de convencer al público puede ser adiestrado para convertirse en un buen vendedor o un poderoso político. A diferencia del entrenamiento, que revela al individuo cuál es su vida (y por lo tanto cuáles son sus naturales capacidades y limitaciones), el adiestramiento le otorga posibilidades para que éste se proponga qué hacer con su vida (y cómo superar los obstáculos que se le oponen para lograr ese cometido).

      El adiestramiento tiene como objetivo enseñar procedimientos de intervención  sobre el mundo, de modo que el individuo no se conforme con verlo pasar sin dejar sobre él su impronta. A diferencia del entrenamiento, el adiestramiento puede tener varios escalones de perfeccionamiento. Por ejemplo, a quien ya adquirió la habilidad de razonar, puede enseñársele a hacer operaciones matemáticas y más tarde a elaborar teorías sofisticadas, y a quien ya sabe leer y escribir puede enseñársele a confeccionar relatos simples y más tarde novelas u obras de teatro.

      El adiestramiento es propedéutico. Esto significa que puede proporcionar al individuo la chance de producir «objetos de cambio» (4) para negociar con el mundo (y no exclusivamente en el sentido  monetario). Por ejemplo, quien aprende a tocar un instrumento puede a continuación ofrecer su música (ya sea, desinteresadamente o en forma profesional). Sin lugar a dudas, esta rama de la Educación es utilitaria, y esto no es para nada despreciable, ya que es lo que hace posible que el individuo llegue a ser autónomo en la gestión práctica de su vida (y por qué no, que encima gane dinero).

      Al igual que en el caso del entrenamiento, en el adiestramiento  también puede aparecer una deformación: es la del adoctrinamiento. Por ejemplo, cuando a una persona se le convence de que su misión en la vida es la de servir a otro, o la de ser sumisa a otros renunciando a satisfacer sus propios deseos y requerimientos, se está bajo un flagrante caso de corrupción educativa. Del mismo modo, cuando al ingenuo educando se le enseña a preferir el aprendizaje del manejo de máquinas y aparatos antes que un aprendizaje multidisciplinar. Creo que nadie, con suficiente libertad de discernimiento, aceptaría circunscribir  su crecimiento en un radio tan estrecho. Y jamás acudiría al “genio de la lámpara” para solicitarle tener esas “destrezas”.

      Pero ¿cómo se lleva (o se debería llevar) a cabo cada uno de estos dos importantes cometidos? Sin lugar a dudas, el entrenamiento debe ser llevado a cabo por entrenadores. Es decir, el individuo debe entrenarse de la mano de personas. Y estas deben ser personas que no indican, mandan o imponen, sino que muestran cómo cada uno se debe entrenar. Es decir, se aprende a caminar al lado de personas que caminan, y se aprende a ser tolerante o autónomo al lado de quienes toleran y de quienes gestionan exitosamente su vida. En cambio, el adiestramiento es necesario realizarlo bajo la supervisión de adiestradores, o sea de profesionales que enseñan la especificidad de ser “diestro” en determinada disciplina. Y estos son los maestros y profesores profesionales.

      En suma, el hombre por sí solo es improbable que alcance a gestionar su propia educación; debe recurrir a quienes lo respalden. Del mismo modo en que el personaje de la historieta apela al “genio de la lámpara” para mejorar su vida, el hombre común apela al “genio de la Educación” para que lo convierta en un ser superior y en una mejor persona. Es decir, para que convierta al animal en Hombre.

 

Nora Sisto / Julio 2019.

 

(1)   Un concepto bastante reducido del término entiende el entrenamiento como “la repetición mecánica de un acto”. Sin embargo, entrenar significa algo más. Es ayudar a tomar conciencia de que se tienen capacidades, y de cómo hacerlas rendir.

(2)   Aún al día de hoy, a veces se acostumbra decir: este es médico, este es ingeniero, este es abogado, y este «no es nada».

(3)   Que no significa exclusivamente destrezas físicas.

(4)   Invito a leer más en detalle la propuesta de estos objetos de cambio en el artículo “Objetos Cambiarios en la Educación”, @capitanesypolizones, 2017.