114.  Autoridad

La necesaria conservación de las instituciones referentes de autoridad.

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      Ya he hablado en otras oportunidades acerca del significado disímil entre autoritarismo y autoridad(1), y de su aplicación en la Educación.  En esta oportunidad quiero poner el énfasis en la necesidad de recuperar —en caso de haberlos perdido— los referentes de autoridad en nuestra cultura.

      Durante muchísimo tiempo se vivió con la idea de que la autoridad era (y debía ser) detentada por figuras de poder. Es así que fue fácil confundirla con el autoritarismo. Desde los déspotas patriarcas absolutistas, los hipócritas regentes religiosos, los «maestros» sádicos y los gobiernos totalitarios, durante largo tiempo se pensó que la autoridad consistía en aquella fuerza bruta que emanaba de ellos y era capaz de ser aplicada sobre los demás para hacerles cambiar de parecer. Pero los tiempos han demostrado que no es así. Sin embargo, demasiadas generaciones de inocentes educandos crecieron bajo aquella tutela inflexible, bajando la cabeza, pidiendo perdón, sufriendo castigos inhumanos y organizando su vida dentro de un frasco. Fue recién a partir de la segunda mitad del siglo XX que se comenzó a rever —y a rechazar— la vigencia de aquellas prácticas catalogadas hasta entonces,  unilateralmente, como «educativas».

      Las instituciones simbólicas de la autoridad son la Familia, la Religión y el Estado, y dentro de cada una de ellas, la figura del patriarca, el sumo pontífice y el gobernador. Estas figuras encarnaron tradicionalmente un particular concepto de autoridad que podría describirse brevemente como «la voz a la cual todos debían acatar» bajo la creencia de que ese acatamiento, por sí solo garantizaba el éxito del grupo social que estas gobernaban. De este modo, el acatamiento acarrearía bienaventuranza, y la desobediencia castigo y deshonor. Por eso, cuando fue posible, todo eso fue rechazado de plano.

      Sin embargo, ese rechazo no fue sencillo de operar. Porque en el ofuscamiento por abolirlo, no fue posible mirar con claridad. Cuando de la educación se suprimió el autoritarismo, se cayó en un pozo ciego. Porque aunque el autoritarismo era solo la forma de aplicación de la educación, y no el contenido de la misma, no se supo cómo continuar y se cayó en una liberalidad inconducente, incapaz de aportar una educación de calidad humana.

      Para educar no se necesita ser autoritario, pero sí ser firme. Para educar es necesario tener autoridad. Esto no significa ser inflexible, severo e intransigente; significa que se debe tener claro «en qué» y «para qué» se educa. El «cómo se educa» ya no tiene que ser por medio de la fuerza (fuerza psicológica, como la imposición de dogmatismos, o fuerza física, mediante castigos corporales) sino por medio de la verdad y la perseverancia. En la actualidad abundan ingentes teorías y métodos para educar. (Solo hay que cuidar que quienes las promueven no estén obcecados por un narcisismo ciego y obliguen a sus educandos a ser sumisos a ellas, como en la antigüedad.)

      Es decir, los (supuestos) educadores de otras épocas pretendieron educar actuando equivocadamente a través de una pésima elección. Pero parte de nuestros educadores actuales cometen otros errores, igualmente  garrafales.  Tontamente se pensó (y generalmente se sigue pensando) que la única posibilidad de acatamiento es el acatamiento de tipo militar, es decir, sin posibilidad de reflexión, meditación o respuesta. Pero «acatamiento» no significa «sumisión»; significa atenerse responsablemente a formas de vida que hagan posible una convivencia eficaz.

      El debilitamiento de los referentes educativos hace que las personas no puedan contar con una guía. Y otra vez, «guiar» no es sinónimo de  «imponer». Si bien en algún momento se interpretó que establecer una guía significaba la imposición de formas de conducta(2), tenemos que darnos cuenta de que, una vez abolida esa interpretación viciosa, es necesario mantener las instituciones que enseñan un proceder constructivo y beneficioso para todos. No se trata de conservar unos esquemas arcaicos de Familia, Estado e iglesia (u otros), sino de conservar el campo de autoridad en que cada uno de éstos debería desempeñarse. Por ejemplo, si la Iglesia o la religión eran los árbitros de la moral, no se trata de mantener el rigor de un dogma moralista, sino la nuda moral.

      Existe un legado póstumo del patriarcado ancestral, y es el rechazo a la autoridad del género femenino. Consiste en burlarse cuando una mujer pretende ejercer su autoridad. Es un resabio de los códigos machistas de supremacía masculina incontestable, que desautoriza per se a la figura femenina, como si se  hubiera dejado por sentado que la autoridad solo puede ser ejercida por personas “fuertes” (con fortaleza física o sea, con prepotencia presencial), cosa que el “sexo débil” supuestamente no es capaz de lograr. También se dice comúnmente que la mujer “piensa poco” o piensa con criterio «de mujer”, como si esto fuera opuesto al buen criterio (o sea, masculino), por lo que siempre es preferible rendir cuentas a un hombre. No es raro, por ejemplo que un subordinado menosprecie las órdenes de su jefa (por ser mujer) tildándola de “histérica”. O que una mujer, para ser tomada en cuenta deba “levantar la voz”, adquiriendo una indeseada postura autoritaria.

      Pero quien se resiste a acatar la autoridad femenina, vive sin lugar a dudas en un conflicto anacrónico y en un problema de personalidad, además de ejercer una flagrante discriminación. Esto impide que nuevas concepciones de la autoridad, más ajustadas a la necesidad educacional, sean puestas al servicio de la gente. Solo un equilibrio «asexuado» del pensamiento puede conducirnos a reconocer un estado de auténtica autoridad.

      Durante mucho tiempo se encomendó a la instrucción militar el sosiego de los jóvenes. Porque se pensaba que por medio de la fuerza era posible (y necesario) apaciguar la euforia de la adolescencia y la juventud, especialmente de los varones. Se estimaba que, por medio de la brutalidad había que torcer el espíritu libre e investigador, o las inclinaciones sexuales «desviadas», de quienes recién se asomaban a la vida adulta, y obligarlos a someterse a un canon de vida obligatorio que se consideraba el summum de la civilización. Más tarde, con el emergente de legislaciones más adecuadas y justas, muchas de esas situaciones pudieron ser atemperadas. No obstante, nuevos escenarios de violencia por intolerancia se posicionan en la actualidad constituyéndose como focos de autoritarismo.

      La formación humanística, por su parte era confiada a los dirigentes religiosos, que aprovechando tal situación ocupaban nichos sociales privilegiados, comparables por su envergadura a una realeza(3). Desde sus lugares de preeminencia, dictaban con absoluta impunidad normas morales e imponían costumbres de vida que, de paso ayudaban a formar, engrosar y conservar una importante pléyade de feligreses. A falta de psicólogos, psiquiatras o asistentes sociales que pudieran tratar profesional y científicamente (y sin conflicto de intereses) la mente humana, se servían de su influencia conductista incontestable para lograr sus propósitos de finalidad proselitista.

      Todos estos desaciertos con pretensión educacional dejaron su huella en muchas generaciones que no tuvieron, a diferencia de las actuales, opciones de rebeldía o de oportunidad contestataria. Sin embargo, el retiro de esas instituciones autoritarias dio paso sin querer a otra deficiencia sociológico-educacional: la ausencia de referentes humanos. Si bien aquellas instituciones dictatoriales eran opresivas y coartaban la vida genuina de las personas, eran —aunque negativamente— referenciales. Es decir, se les tenía como faros hacia dónde ir (y también como pozos hacia donde no ir). Pero al éstas desaparecer, el panorama educacional quedó momentáneamente vacío. En suma: quienes creían que  la acción autoritaria era autoridad, quedaron desorientados.

      Actualmente estamos tratando de salir de ese vacío de autoridad. Reconocemos que es necesario llenarlo con normas eficientes de vida y convivencia, y con instituciones e individuos que se arriesguen (sin temor a ser confundidos con autoritarios) a apoyar férreamente aquellos procederes  favorables a toda la población, o a mostrar formas de vida disidentes del torrente que la costumbre, la propaganda y el contagio socio-viral nos arrastra a seguir. Afortunadamente no existe una única verdad, de características absolutistas, y tampoco la verdadera autoridad es un mandato vertical. Pero el excesivo egoísmo que inescrupulosamente nos inyecta nuestra cultura comercial, nos lleva inevitablemente a tomar el camino de la necedad. Y eso conlleva al autoritarismo.

      Las actuales generaciones de jóvenes están solas. No cuentan con el acompañamiento de auténticas figuras de autoridad. La Familia (en especial los padres y las madres) y el Estado, responsables absolutos de su educación y garantes de su bienestar como ciudadanos, están ausentes. Y las instituciones específicamente educativas (como la escuela primaria o secundaria) parecen no estar dispuestas a ocupar (o no aciertan a hacerlo, o simplemente están impedidas de hacerlo) el lugar de referentes. Ser un referente con autoridad no se reduce a ser alguien que imparte normas. Si un padre y una madre abandonan a sus hijos, éstos aprenden que el abandono es un valor; si un gobierno permite la venalidad de sus integrantes, la población aprende que la deshonestidad y la desvergüenza son opciones válidas de vida. Y estas creencias desnutren la cultura, llevándola a un estado de invalidez cívica dentro del cual solo es capaz de encarar  casos  extremos, y mediante el autoritarismo de una intervención «policial».  

      El ser humano necesita referentes nobles. Porque no nace sabiendo. Toda forma de autoritarismo genera dependencia, porque le obliga a estar permanentemente atento a aquello que «debe» hacer (y que otros se lo indican). Para que esto no suceda, necesita instituciones dignas que sean capaces de respaldar sus derechos sin caer en la corrupción por ambición, codicia o negligencia. Necesita personas que sin ocultos intereses personales le guíen hacia un camino de superación, mostrándole qué hicieron previamente, cómo les fue con su experiencia y sus elecciones, cómo corrigieron sus errores, qué cosas no volverían a hacer y qué hay para hacer de hoy en adelante en pro del bien de la Humanidad. Esa es la nobleza del ser humano. Eso es Autoridad.

 

Nora Sisto/ Julio 2020

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(1)   El artículo de referencia es “De Cómo Llegamos a este Sitio”, publicado en 2017 en la página Capitanes y Polizones, cuyo link es:

https://www.facebook.com/search/top/?q=capitanes%20y%20polizones%20de%20c%C3%B3mo%20llegamos%20a%20este%20sitio&epa=SEARCH_BOX

(2)   Aunque en la actualidad subsisten, lamentablemente, formas de autoritarismo en muchos lugares del planeta.

(3)   Ejemplo de esto es el esquema piramidal de la “monarquía” fabricada por  la Iglesia Católica.Empieza a escribir aquí...