115. Amor

El significado, siempre rescatable, del mismo.

      Hace algunos días, en un programa de TV una persona daba una explicación acerca del significado de la palabra “amor”. Según ésta, «amor» se formaría con  la conjunción de dos partes, derivadas a su vez de dos vocablos con un fuerte significado: “am-” que podría provenir de «alma», ánima o «amma» (que significa «madre»)  y  “-or” que provendría de «oro», áureo, aura, o luz. De esta manera, el término “amor” podría significar “alma de oro”.

      A ciencia cierta, he dudado entre tomar dicha explicación como fidedigna (o sea, como el resultado de un estudio basado en una etimología verdadera), o considerarla simplemente como una interpretación libre hecha por el autor de la misma para esa ocasión (francamente no tengo elementos para dilucidarlo). Pero más allá de eso —y esto es lo que me ha parecido interesante—, obviando esa pretensión de imponer sofismas e ilusionismos a la que nos tiene acostumbrados ese “conductor de nuestra mente” que es la comunicación por TV, la idea de prestar atención a dicho (posible) significado es seductora.

      En un momento histórico en que el amor es sistemáticamente desvalorizado y banalizado como si fuera exclusivamente un impulso sexual, una adhesión  compulsiva a una propuesta ideológica, una atracción inevitable hacia un objeto de consumo masivo, o un sentimiento pasado de moda, es interesante replantear y repensar cuál es el significado del amor entre dos seres humanos (con el objetivo de recuperarlo). Porque la socialización efectiva se basa, en definitiva en el amor entre personas. No aquel “amor” que se confunde con un deseo de posesión (tanto de objetos materiales como de objetos-persona), sino el sentimiento positivo que engendra en cada uno de nosotros la certeza del valor irrenunciable de la especie humana y de su trascendencia en el mundo.

      Si concebimos la existencia de los hombres como una cadena infinita (pensando optimistamente en su no-extinción), el amor es el nexo solidario que al dar y recibir, une sus eslabones y los proyecta más allá del punto donde cada uno de estos se encuentra en ese preciso instante histórico. Solo la estupidez puede inducirnos a pensar que el Hombre necesita estar desmarcado de todo para alcanzar su estatus soberano, o que debe desconfiar de quienes rondan a su alrededor. Por el contrario, una honesta mirada interior nos revela, sin lugar a dudas, que somos más humanos, más personas y más felices cuando advertimos que nuestro verdadero ser surge de la luminosidad transmitida por quienes proyectan sobre nosotros su alma de oro.

 

Nora Sisto

Setiembre, 2019.

      

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