131.  Liberación y Perversión

La miseria existencial de muchas mujeres de ayer y de hoy.

 

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      En una de las escenas culminantes de la película “Tristana”(1), la homónima protagonista se asoma al balcón y despliega su larga bata roja dejando su completa desnudez a la vista del muchacho que la observa azorado desde el jardín. (Por supuesto, en la década de 1970 no existían las redes sociales, por lo cual el personaje solo pudo expresarse “en vivo y en directo”, en lugar de contar con una pantalla tecnológica como escudo protector. Tal vez si esa desventurada mujer hubiera tenido acceso, como en la actualidad a Facebook, Instagram o cualquier otra, la escenita no le habría costado el pasar frío o tener que responder de alguna manera a su emocionado espectador. Pero esa es otra historia.) 

      El film —del cual en junio de 2021 se cumplieron 51 años de su estreno— adapta el contenido de la novela de Benito Pérez Galdós para mostrar de manera brutal a una joven mujer sentenciada por las costumbres y prejuicios de su época a vivir una vida miserable y autodestructiva. Y no parece casualidad que Buñuel haya vuelto a elegir para encarnar a este personaje a la actriz Catherine Deneuve que (tal vez por su helada inexpresividad) ya había encarnado exitosamente a otro de sus oscuros y emblemáticos personajes(2).

            En su momento, esta película (al igual que otras que se “tiraron al agua” dejando al descubierto una visión inquietantemente distinta a la rígida  figura estatuida de la mujer) fue recibida con reticencia en muchos países porque significaba un shock para los espectadores que tenían el ojo  acostumbrado a ver (en las pantallas del cine, así como en sus propios hogares) otro tipo de mujer, romántica, apacible, condescendiente, sin necesidades sexuales, sin ambiciones ni ideas  propias y sobre todo, sin voz. Aun así, estos alegatos fílmicos posiblemente sirvieron para abonar el incipiente camino hacia un cambio radical del concepto social de “mujer”.    

      Tristana representa simbólicamente el estatus de la mujer de comienzos del siglo XX. La novela, publicada en el año 1892 retrata una figura femenina con la cual podían identificarse miles de mujeres (aunque no solo de aquella época sino —increíblemente— también de nuestra cultura posmoderna actual) y que aún hoy conforma un paquete de difícil apertura y eliminación: la falta de oportunidades en el concierto del mundo (laboral, económico y social) sumado a un preconcepto estereotipado y al rechazo generalizado de las mujeres como fuentes de discordia, violencia, ignorancia y promiscuidad.

      Cuando vemos que la protagonista de la película intenta salir adelante a pesar de las arbitrariedades con las que es sojuzgada y obligada a convivir, nos damos cuenta de lo difícil que ha sido (y para muchas mujeres continúa siéndolo) lograr un reconocimiento de su valor como personas. El abuso de esa mujer joven (por parte de su tutor), el rechazo ante su deterioro corporal (por parte de su supuesto enamorado) y la apreciación folletinesca de su cuerpo (por parte de un jovencito inexperiente) no solo abaten a la protagonista de esta historia sino que revelan qué irrisorios han sido a lo largo de la Historia los códigos de valoración de la feminidad.

      Pero ante tal injusticia, el personaje arriba a una concepción in extremis de lo que puede entenderse por  “liberación”. No podríamos decir que Tristana se exhibe ante Saturno porque es libre de hacerlo, ni siquiera por un exhibicionismo al que haya derivado como consecuencia de su supuesto alcance de su libertad. No. Esa mujer humillada, degradada y utilizada sin limitaciones se resuelve a exhibirse ante quien sabe que lo desea ansiosamente, como recurso final para afirmar su condición de mujer (la miserable condición que su miserable vida le ha enseñado), es decir, como la sumisa aceptación de un destino que parece ser el único al que le es lícito acceder: ser un objeto de codicia.

      El balcón donde se exhibe Tristana no es un escenario de liberación. Igual que un pájaro al que no le está permitido salir de su jaula, la protagonista observa desde su cautiverio mental la grandeza del más allá, un espacio dominado enteramente por hombres y al que debe aceptar no adentrarse jamás. (Su pierna mutilada podría asemejarse al ala rota de ese pájaro al que le ha sido arrancada la posibilidad de “volar”.) En cambio, deja que la mirada del observador, enajenado por su belleza  la “penetre” en su propio espacio, confirmando así su autodestrucción.

     Cuando se debe forzar el comportamiento, algo está mal. Cuando las  personas deben utilizar la violencia para comunicarse es que algo está desajustado en el lenguaje o en el contenido de la conversación. Para "una mujer que no quiere ser ni amante ni esposa" no existen, según el autor de la novela, muchas posibilidades. Y esto es, aún en nuestros días una contundente realidad.

      Pero a veces me pregunto si esas mujeres (que se consideran a sí mismas)  “liberadas” y que se exhiben como íconos de emancipación, que rechazan al hombre como parte articuladora y natural  de sus vidas y que reniegan de su factible maternidad, son realmente liberadas o, por el contrario —y tal como lo ilustra magníficamente esta película— están inmersas en una fábula destructiva, cuando no en una lastimosa contradicción.

      Es un gran logro que la (vilmente conservadora) condición de la mujer haya comenzado a mutar saludablemente para (intentar) ponerse a la par del varón, y para el bien de la cultura humana es importante continuar avanzando en ese sentido. Sin embargo, cuando a algunas mujeres el odio y el rencor hacia la hegemonía masculina las lleva a la negación de gran parte de su rico potencial femenino (que “en números absolutos” sería equivalente al del varón), éstas parecen ir por un camino muy distinto al que pretenden transitar.

      Creo que mientras en la carrera por la igualdad de derechos el sentimiento predominante en una mujer sea el de que para equipararse al varón debe competir con él y aventajarlo, o que debe mostrarse sádicamente reticente (o subordinársele como promitente objeto de su codicia), la condición universal de la mujer permanecerá limitada a solo un porcentaje ínfimo (y absurdo) de su ser, constituyendo para dicha carrera una desventaja imposible de superar.

 

Nora G. Sisto

Junio, 2021

 

Nota: En la historia de Tristana, la protagonista parece finalmente encontrar su lugar en el mundo dedicándose a las artes culinarias. (Irónicamente, después de todos los avatares por los que pasa esa vapuleada mujer, es como si nos burlaran a todas las demás diciéndonos: “vayan a lavar los platos”.)

 

(1)   La película “Tristana” es una coproducción española, francesa e italiana, basada en la novela homónima de 1872 de Benito Pérez Galdós.

(2)   “Belle de Jour”, película de 1967, también dirigida por Luis Buñuel.