58.  El NO de los Niños

El necesario aprendizaje de la negación como arma de protección personal.

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Capacitar a los niños para que puedan auto-defenderse no es tarea sencilla. Esto se debe principalmente a que por su precario nivel de desarrollo no cuentan con las herramientas que podrían auxiliarlos para ello. No cuentan por ejemplo con fuerza muscular, con energía para mantenerse firmes y están emocionalmente condicionados por aquellos con quienes pasan la mayor parte de su día. Esto los convierte en el blanco número uno de cualquier agresor.

Uno de los factores de riesgo es la acción de agresores adultos que utilizan a los niños como “carne de cañón” para cometer fechorías. Generalmente, la figura del adulto es  implantada en la mente infantil como figura incontestable,  revestida  además por una idea abstracta de autoridad (aunque en realidad en muchos casos no la tenga) que de por sí anula todo plan de oponerse a ella. Esta presunción de superioridad del adulto por parte del niño es resultado de un efecto combinado entre varios elementos. En primer lugar por la educación autoritaria que pueda haber recibido. Tradicionalmente la educación de los niños ha sido basada en adiestrarlos para responder afirmativamente a las demandas que les efectúan los adultos. Son obligados a acatar las órdenes de padres y profesores, y a cumplir sin chistar las penas que éstos les imponen en caso de desobediencia.  La afectividad de un niño, por otra parte está atada al apego que pueda tener con  aquellas personas que lo cobijan y lo alimentan, aunque no medie ningún criterio cualitativo del trato que éstas le confieren, validando en consecuencia actos aberrantes que éstas puedan cometer (como por ejemplo el de prostituir a sus propios hijos como forma de obtener dinero, obligarlos a delinquir o hacerles “dar la cara” por ellos en situaciones comprometidas, hacerlos responsables de la manutención de su familia, obligarlos a sacrificar su crecimiento personal impidiendo que acudan a centros educativos o a oficiar como “paño de lágrimas” donde verter sus miserias personales, y tantas otras cosas…). 

Otro factor de riesgo es la posible agresión sexual, ya que la relación del niño con el adulto puede fácilmente desvirtuarse por causas tan simples como infelices. El niño pequeño es traicionado por su simple percepción, ya que la medición comparativa de sí mismo frente a cualquier adulto lo señalará invariablemente como “inferior” ante la constatación de su gran tamaño, su vozarrón y su fuerza. Todo esto colabora para que el niño ante cualquier adulto desarrolle un espontáneo “respeto” y a la vez cierto miedo a su  predominancia, y por esto deposite una ingenua confianza en  su supuesta madurez y sus buenas intenciones convirtiéndose de ese modo en un ser “naturalmente” vulnerable. Es decir, es muy probable que ante una orden emitida por un adulto el niño responda positivamente (o pasivamente). Y es sencillo para un adulto manipulador manejar la voluntad de ese niño y enmascarar o disfrazar una mala intención con una orden educativa (que el niño ha aprendido a responder positivamente).  A chicos en edad de jardín de infantes, por ejemplo les es prácticamente imposible diferenciar una orden educativa  de otra emitida exclusivamente con fines personales, y eso los convierte lamentablemente en un blanco cautivo utilizado sórdidamente por pedófilos. Un niño pequeño no puede además diferenciar claramente entre una situación normal y una situación de violación a su integridad física o psicológica, ya que no cuenta con los elementos necesarios de análisis y  anticipación como interpretar un comportamiento o una actitud sospechosa, presentir mala intención o suponer malignidad. Por este motivo, aquellos adultos cuidadores no solamente deben vigilar continuamente (ah si, ¡hay que pasar trabajo!) el comportamiento de los niños en contacto con adultos, sino también vigilar el comportamiento de los adultos (desconocidos pero también conocidos, lamentablemente) en contacto con sus niños. La rapacidad es la característica principal de los delincuentes sexuales, y muchas veces un individuo (hombre o mujer) respetado y considerado socialmente como confiable e inofensivo es por el contrario el más oscuro perpetrador.

Pero no únicamente la delincuencia sexual es una amenaza para niños y adolescentes. También existe otro factor de riesgo. Actualmente a los chicos se les hace creer en su superioridad ubicándolos erróneamente como pares de los adultos. Dentro de este absurdo se los incita a desafiar el peligro y a cometer actos temerarios bajo la consigna de que todo lo pueden superar. De este modo, al valorar exageradamente el atrevimiento irresponsable se los introduce gratuitamente en situaciones arriesgadas e imprudentes, muchas veces con finales fatídicos o por lo menos tristes o a ser acarreados como un lastre indeseado durante toda su vida. Dentro de esta línea se encuentra por ejemplo la provocación del grupito que azuza a su integrante más intrépido (o al más temeroso) desafiándolo a cometer actos insólitos (que por su propia iniciativa tal vez nunca llegaría a realizar). O las consignas que son difundidas “online” incitando a realizar fanfarronadas como pelear, matar o cometer suicidio, con el único propósito de recolectar múltiples “likes” fruto de la facilidad de respuesta que los adolescentes y los niños tienen ante cualquier desafío en que se los rete. La inmadurez de aquellos chicos que no tienen la suficiente fortaleza como para negarse o son demasiado competitivos para rechazar una bravata los coloca paradójicamente en situaciones vulnerables a pesar de todas las destrezas y habilidades que pudieran tener.

Pero ¿cómo lograr que un niño o un adolescente interponga un NO a una situación que lo perjudica? Es muy difícil convencerlos o darles las herramientas de seguridad para  que puedan manejarse por ellos mismos. Especialmente a los niños pequeños. Ante un golpeador, un violador, o cualquier adulto irresponsable un niño no tiene la suficiente fuerza física o de carácter como para repeler sus manipulaciones y agresiones. Pero también ante otro niño prepotente o un adolescente abusivo puede no ser capaz de responder defensivamente y entonces llegar a absorber nocivamente la agresión recibida lesionándose internamente. Por todo esto es absolutamente necesario que todos los chicos cuenten con una protección efectiva, es decir que haya personas e instituciones que los vigilen de cerca y con la potestad de intervenir y resolver con presteza esos casos desgraciados. Toda sociedad que se precie de ser responsable en este sentido debe asegurar el funcionamiento eficaz de redes de ayuda y contención para amparar a las víctimas infantiles y adolescentes de violencia (así como también al resto de las personas).

Es muy importante el aprender a respetar el “no” de los otros, y gran parte de la educación debe abocarse a ese cometido. Pero también a enseñar a interponer un “no” ante actos que ponen en riesgo o lesionan  la integridad propia,  porque esto constituye un arma de defensa personal, un manejo defensivo que permite detener aquellas acciones no deseadas. Capacitar a alguien en la facultad de negarse y ayudarlo a practicarla sin miedo es aportarle posibilidades de desligarse de abusos e injusticias. Cualquier persona debe aprender que no existe complicidad posible entre un adulto y un niño, y que no se puede ser leal a quien nos maltrata y contradice nuestros genuinos sentimientos. Cualquier víctima (o potencial víctima) de violencia  debe tener la posibilidad de ejercer su negación con el respaldo personal e institucional correspondiente en lugar de solo contar con la eliminación de su agresor (¡o su autoeliminación!) como desesperado y último recurso. Valorizando al individuo y dando crédito a sus propios medios se actúa removiéndolo de la soledad que le produce la idea de su impotencia (más aun tratándose de un niño). Al enseñársele mecanismos para frenar una agresión es posible evitar una respuesta agresiva de su parte, especialmente el hecho de que el único medio de respuesta disponible para él sea la misma violencia (como por ejemplo el asesinato “compensador” o la venganza). Es decir, para cuidar a un individuo de toda degradación deben funcionar fluidamente y con celeridad personas e instituciones que respalden firmemente su NO y le ayuden a encontrar caminos para recuperar el respeto por su persona. El manejo del “no”, tanto por los adultos como por los niños y adolescentes, debe ser al  mismo tiempo fortalecido  y apoyado por toda la sociedad en su conjunto para que en los momentos pertinentes y con el énfasis adecuado sea realmente un instrumento eficaz.


Nora Sisto
30 de octubre, 2017