72. Aprender a ser "hombre" o Aprender a ser Hombre

La influencia de la preceptiva cultural acerca de la virilidad, y los lastres que deja.

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Hace unos años tuve la oportunidad de ver en el teatro a la conocida y ya desaparecida actriz China Zorrilla recitar un breve relato que comenzaba más o menos así, ateriéndonos a todos : “…lo colgaron de los pies. Estaba cubierto de sangre y sus gritos eran desgarradores…” y cuando la audiencia comenzaba a estremecerse con una empatía sobrecogedora finalizaba: “entonces la partera dijo sonriente: «es un varón»”.

Cuando cada hombre nace es (más allá de diferencias de etnia, salud o morfología) igual a los otros. Pero es su educación, y más específicamente su “adiestramiento” cultural como “hombre” lo que lo convierte en un “producto” específico de la sociedad en que le tocó nacer y desarrollarse. Es así como en cada cultura ancestral se originó   tradicionalmente un estereotipo de hombre como el (supuestamente) destinado a gobernar, reinar o dirigir el rumbo de algún grupo humano. Es así que en cada época sucesiva se ha ido invistiendo a la figura del varón con símbolos y significados encargados de sostener la idea de su predominancia. Porque la creencia siempre ha sido que debía ser “amo y señor”.

La preceptiva cultural es uno de los instrumentos de que dispone la humanidad para crear cultura. Es decir, los individuos se sirven de preceptos, cánones y formalismos para crear políticas de interpretación que les permiten “conocer” a priori a aquellos con quienes habitan y de paso regular, aprobar, desaprobar, premiar o  penalizar su comportamiento. Sabemos muy bien que la mayoría de estos preceptos han surgido tradicionalmente de fuentes religiosas, y que por el hábito adquirido de acatarlos a lo largo de centurias han venido haciendo carne en cada uno de nosotros llevándonos incluso a considerar sus efectos como hechos cuasi naturales o intrínsecos a nuestra biología o idiosincrasia. Sin embargo nunca es tarde para reflexionar que no es así. El hombre biológico no es lo mismo que el hombre cultural. Si bien la morfología del varón comprende aspectos como por ejemplo la dimensión de su talla o la fuerza que pueden llegar a desarrollar sus músculos, dichos aspectos no determinan por sí solos la supremacía del varón en la Sociedad, sino que es la interpretación de esos aspectos como valores superiores e insuperables lo que es capaz de sostenerlo como figura humana máxima. De acuerdo a esto, aprendemos desde siempre que “no se debe contradecir a un hombre”, “no se debe avergonzar a un hombre”, “no se debe rechazar a un hombre”, en fin no se debe  ir contra la corriente que arrastra a todo individuo hacia ese punto ideal codiciado por igual por varones y mujeres: ser un “hombre”.

Este “hombre” cultural aprende rápidamente a través de estos mensajes que debe venerarse a sí mismo, y no permitir bajo ninguna circunstancia ser avasallado por otros individuos “inferiores” a él o especialmente lo que sería peor, por mujeres. Aprende a no admitir (porque lo contrario sería equivalente a decaer en categoría) ser humillado con una devolución negativa a sus pretensiones, ni siquiera cuando esta sea debida a una sensata desaprobación de los demás por sus actos. Ser este “hombre” implica obligar a ser aceptado como se es, bueno o malo, alcohólico o abstemio, manso o violento, condescendiente, déspota o dictador. Por eso la pulseada del poder debe ser ganada por él siempre. Así se trate de abatir a un competidor laboral, un contrincante político o una conquista sexual. Bajo esta ideología “justifica” su acción de destrucción de cualquier oponente, y lo que es más significativo, de cualquier presa sexual (digamos varón o mujer) que ose “despreciarlo” (depreciarlo).

Pero ser “hombre" no es lo mismo que ser Hombre. Y nuestra cultura actual hace cierto tiempo que parece venir involucionando en estos términos. ¿Será posible que en breve el varón actual pueda desprenderse por completo de esos estereotipos y recuperar un estatus de Hombre? ¿Será posible que la Sociedad en su conjunto deje de señalar con el dedo al varón incumplidor de los rígidos requisitos para ser considerado un “hombre” y perciba con sana indiferencia al varón común que actúa racional y emocionalmente acorde a lo que su sentido de humanidad le dicta? ¿Demoraremos demasiado en valorar positivamente sin titubeos ciertas actitudes humanas de los varones (como la empatía, la solidaridad o la amabilidad) en lugar de considerarlas deméritos o falta de carácter? ¿Falta mucho para que aquellos que se catalogan como “hombres” porque mantienen con altanería  sus principios fundamentalistas los abandonen sin vergüenza y sin culpa para pasar a ser individuos comunes y corrientes, solo orgullosos de sí mismos? Y algunas mujeres, ¿alguna vez dejarán de considerarse desvalidas o desvalorizadas por no contar a su lado con “un hombre de verdad” que las proteja y las contenga? ¿Podrá en algún momento detenerse la violencia de aquellos varones que se sienten obligados a “comportarse como hombres” hacia los seres “inferiores” (como las mujeres y los niños)?
Parece muy dura esa transición, y a muchos varones y  mujeres se les hace cuesta arriba el trámite de abandonar el prejuicio de superioridad masculina para pasar a percibir sin dramatismos a quienes eligen dar “un paso al costado” en su esquematizado rol protagónico varonil, a quienes optan por realizar tareas “poco viriles” (como las tareas domésticas o de criar y amar a sus niños), a quienes se separan de sus parejas e incluso a quienes eligen cambiar de género. Es posible que aún falte un tiempo hasta que todos nos habituemos a una diferente percepción del “hombre” cultural. Sin embargo es importante no perder la dirección del camino que puede conducirnos a tal fin, y mantener enfocada la perspectiva de restaurar  a nuestros varones como Hombres genuinos. 

Nora G. Sisto

17 de octubre, 2017