Educación en Technicolor

La falacia de una «educación» que no educa, y la necesidad de recuperar una educación verdadera.

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          Sí señores: la enseñanza es propedéutica. Y no existe educación si no ha habido enseñanza. Es muy sencillo: un individuo no puede ser puesto a hacer algo si no ha aprendido previamente cómo se hace. Específicamente, si no ha aprendido a cómo conducir su vida no puede ser puesto a convivir junto a otros individuos. Y no es que haya que adiestrarlo para que lo haga solo de una manera (como se hacía antiguamente cuando se pretendía que cada hombre y cada mujer se preparara para casarse, procrear y vivir armónicamente dentro de un cliché prefabricado). No es eso. Simplemente debe instruírsele para la vida.

          Cuando alguien se enfrenta a un conflicto, no puede salir de estampida  para cualquier lado, porque probablemente se perderá o, en el mejor de los casos tomará el camino más lñargo y complicado. Tampoco puede quedarse estático, esperando que las cosas se resuelvan por sí solas. El no haber presenciado antes cómo otros han resuelto esas mismas situaciones y cómo les ha ido con eso (porque, a pesar del paso del tiempo los hechos culturales se repiten inexorablemente), no disponer de alternativas, y la falta de experiencia, seguramente le hagan perder tiempo, dinero, salud o, a veces hasta la vida.

          Si bien en algún momento se reaccionó negativamente hacia los mecanismos propedéuticos por entenderlos rígidos y suponer que obligaban a su obediencia (o impedían de algún modo que pudiese optarse por otras posibilidades), en la actualidad deberíamos recapacitar sobre el tema. Mostrar a otros cómo se hace determinada cosa no implica de por sí la obligatoriedad de tener que acatar ese procedimiento. Deberíamos tener en claro que no podemos abstenernos de enseñar determinadas cosas solo por evitar un posible regreso a un autoritarismo ya perimido, ya que al educando se le priva de ese modo de acceder a los insumos con los cuales elaborar sus propios resultados. Sería un criterio educacional en “blanco y negro”, un reduccionismo a “haz esto” (y entonces quedas dentro de la legalidad) o “no se me antoja hacerlo” (y me introduzco en el delito).

           Este presupuesto desacertado ha dado además a los potenciales educadores la posibilidad de no cumplir con su función específica. El caso más notorio es el de los padres ausentes. El abandono parental afecta sin dudas el desarrollo afectivo de sus dependientes, pero además les retiene la oportunidad de aprender cómo se socializa.  Porque estanca el aprendizaje de, por ejemplo cómo se respeta al prójimo, cómo es posible (y cuándo cuesta) ganarse la vida, cómo se demuestra el afecto, cómo se toleran los errores (propios y de los demás), y tantas otras cosas que no se aprenden en las páginas de un libro físico o virtual, sino en el ejercicio de la vida misma. En pocas palabras, “educar” puede llegar a ser algo tan pretencioso como abstracto (por no decir, impreciso), por lo que es fácil desafectar su contenido de cosas concretas que, por conveniencia o por comodidad son posibles de desafectar.

          La falta de un grupo familiar contenedor (1), la falta de individuos cercanos valiosos como compañeros de convivencia, hace que no se tenga de dónde aprender a comportarse equilibradamente en un grupo humano. Es decir, aprender a ser solidario pero perspicaz, a ser colaborador sin perder el enfoque, a ceder oportunamente el protagonismo pero haciéndose respetar, y tantas otras cosas, a la larga representan un bagaje más trascendente que lo que le pueda dejar una lección de física, literatura u otra asignatura académica. Puede argumentarse que la convivencia ocasional con individuos desconocidos sirve para aumentar las capacidades de reacción inmediata y de respuesta defensiva, pero esto es por naturaleza contrario al objetivo de una socialización efectiva y pacífica.

          En varios países, a impulso de una voluntad de cambio que aboliera las antiguas tendencias de tinte autoritario, en las instituciones educativas se rechazó el apelativo de “enseñanza” y se la quiso subir de categoría denominándola “educación”. Y concomitantemente se les cambió la denominación (“Enseñanza Secundaria” pasó a denominarse “Educación Secundaria”, “Enseñanza de la Matemática” pasó a denominarse “Educación Matemática”, etc.). Pero en este movimiento (inútil) se vació el contenido de utilidad que la enseñanza podía tener, pretendiendo que la Educación no fuese utilitaria. Pero educar sirve. Esto es, puede decirse que un individuo ha sido educado cuando el proceso educativo ha producido una mejora en su persona.

          Es cierto que la evaluación de la educación escolar o universitaria puede  realizarse con pruebas específicas de suficiencia, pero la educación recibida en el orden humano sólo se comprueba en la actitud de vida. Es decir, no podemos afirmar que un individuo haya sido “educado” solo por haber cursado los programas reglamentarios en una institución educativa. Podemos evaluar, por ejemplo con una prueba sencilla si ha aprendido a hablar, a darse vuelta carnero o a saltar en un solo pie, pero no podemos constatar si ha aprendido a ser honesto o si ha aprendido a ser autónomo.

          La enseñanza es útil, cosa que parece inmoral de aceptar en la educación actual. Las teorías que afirman que el individuo no debe aprender nada de nadie sino abrirse camino por su propia cuenta, son tan absurdas como inoperantes, y la experiencia de los últimos años está demostrando aceleradamente lo mucho que se ha perdido el tiempo poniéndolas en práctica. A un individuo en desarrollo se le debe hablar para que aprenda la oralidad, el uso de las palabras y la variedad de las mismas. Se debe dialogar con él para que aprenda a escuchar, a interpretar el sentido de lo que se le dice, a responder inteligentemente y ser tolerante. Se debe caminar junto a él para que aprenda el ritmo del camino y para enseñarle a ser respetuoso y solidario con el paso de los otros. Porque eso es parte de su educación.

          Mostrar cómo se hacen bien las cosas ha sido considerado por las más recientes tendencias educacionales (a mi entender erróneamente) como algo denigrante para los educandos. Entonces ya no se muestra. De esta forma se deja que cada uno intente hacerlo como le parece, trate de darse maña,… o simplemente no lo haga. Y esto, si se quiere es más sencillo y cómodo para el “educador”, porque no tiene por qué exigirse a sí mismo. Quiere decir que, con este concepto “educar” no implica involucrarse en una tarea responsable hacia el educando, sino ser apenas un “buen amigo”.

          Las formas actuales de comunicación nos han llevado a una “cultura del aturdimiento”, donde cada uno reacciona aturdido por solicitaciones extremas, en lugar de accionar inteligentemente. Individuos adiestrados como transmisores de información, carentes de criterio para evaluar su contenido, sin conciencia de la necesidad de comprobar  lo que divulgan, sin responsabilidad por lo que dicen (sin pensar mayormente en lo que repiten como loros), y que actúan por acto reflejo según el estímulo con el que son pinchados ocasionalmente, son verdaderamente seres poco educados. Hacer cosas porque sí, sin ninguna perspectiva de productividad (personal o colectiva, y no solo económica, sino social o humana) no parece ser el mejor camino para obtener el desarrollo personal, el futuro histórico, o la actualidad favorable que todos deseamos.

          Es cierto que es necesario aprender varias disciplinas: idiomas para entender a otros y hacerse entender, Geografía e Historia para saber en qué mundo se está parado, Ciencias Exactas para saber razonar, Artes para que vuele la imaginación y se despegue del piso. Pero actualmente es sencillo aprender todas ellas, porque su contenido es concreto y transmisible y puede obtenerse a través de una PC. Sin embargo, existen muchas otras disciplinas que no se descubren por motu proprio (como cumplir con horarios y obligaciones, ser paciente, ser responsable por las tomas de decisión, o tener constancia), sino que solo se aprenden de otras personas.

          Hoy, los chicos no saben hacer nada, excepto manejar (por supuesto, muy hábilmente) una computadora, y por esto se les transmite con gran pompa que ya han cumplido con su cuota de aprendizaje. Y esto no es casualidad. Si tenemos en cuenta los objetivos de una tendencia política y económica absolutista mundial (llamémosle imperialismo, populismo, comunismo, conservadurismo o consumismo), es absolutamente coherente.

           Podemos preguntarnos, por ejemplo “¿para qué enseñarle a un individuo   a sumar y restar, si una calculadora puede hacerlo por él?”, o “¿para qué enseñarle a cocinar, si puede comprar comida preparada en el supermercado?”. Sin embargo, deberíamos meditar si deseamos que el Hombre sea en lo sucesivo un productor activo o un simple espectador (y consumidor) del mundo, que espera que todo le sea entregado en sus propias manos por los deliverys enviados por un poder superior a él, que lo modela a su propia imagen y conveniencia. Parece lógico que en algún momento se haya reaccionado contra la enseñanza de un modelo comportamental que apuntaba al control de individuos sumisos. Pero ahora estamos ante otro tipo de control que apunta sencillamente al dominio de individuos tan “libres” como indefensos y desorientados.

          No podemos rechazar la enseñanza de comportamientos por suponerla estrechamente como la imposición de condiciones arbitrarias. Por el contrario, ésta provee a los individuos las chances para poder organizar su mundo personal enfocado hacia su propio beneficio. No son los maestros quienes se interesan en interceptar su camino interponiéndoles placas de escenarios catastróficos, de necesidades artificiales y  de “verdades” irreales. Por el contrario, son aquellos otros que, al alentarlos a no aprender a conducirse con inteligencia evitan justamente que aprendan lo que les conviene para edificar libremente sus vidas. Y que al ilusionarlos con la fantasía de un poder autónomo virtual, disminuyen sus probabilidades de acertar en una vida digna y constructiva, llevando sus chances a la probabilidad nula.

          El hombre no necesita que le sea habilitada una ventana de visiones magníficas a través de la cual tener la ilusión de “vivir” su mundo. Todo lo contrario: necesita disponer del poder necesario (su sabiduría, su energía y su sentido común y crítico) para elegir abrir (o no) dicha ventana.

 

Nora Sisto

 

(1)   Ante la fluctuación en el concepto de “familia” como se lo ha conocido tradicionalmente, parece más apropiado hablar de “conjunto familiar contenedor”, que sería más amplio y no estaría sujeto a la conformación típica de aquella.