El Hábito hace al Logro

Una falla en la educación formal actual, que frena el avance productivo, tanto a nivel personal como nacional.

 

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Por estos días, en muchos países se está viviendo una crisis educativa cuyo síntoma  más preocupante es el que una gran cantidad de jóvenes no solo no llega a culminar un ciclo de su educación formal, sino que esto ocasiona a su vez que más adelante no lleguen a configurar una actividad productiva de calidad aceptable. Atendiendo a esa falla, se han ensayado diversas medidas para solucionarla, como cambiar los planes de estudio, alivianar las asignaturas, perdonar las inasistencias, modificar los regímenes de pasaje de grado y mil intentos más, con resultados que poco dejan satisfechos, tanto a quienes las instalan como a sus destinatarios. Y la pregunta que nos hacemos es (particularmente en aquellos países en los que el acceso a la educación es gratuito): ¿por qué?

Uno de los factores incidentes en el abandono escolar es sin dudas el económico; quien no tiene el sustento básico necesario, probablemente fracase en la escala educacional, ya sea por no poder costear sus insumos o por verse obligado a salir a trabajar. El asunto es que, por más que las condiciones económicas sean favorables y además se tenga acceso gratuito a los centros que imparten educación, esta se vuelve inoperante si el individuo no está previamente educado en aquellos hábitos instrumentales, que le permitan evitar la deserción.

Tanto para sostener un proceso educativo como cualquier otro proceso personal, son fundamentales los hábitos de constancia (o perseverancia), paciencia y responsabilidad. De nada sirve que un individuo tenga las puertas abiertas de una escuela, de un instituto secundario o de una universidad, si va a ser ganado por la inconstancia, la impaciencia y la irresponsabilidad, evitando que sea capaz de aprovecharlos.

Sin embargo, aunque adquirir dichos hábitos sea sumamente favorable, su adquisición no está contemplada  (ni podría estarlo) en ningún plan de estudios a nivel formal, ya que requieren ser incorporados a través de la repetición de rutinas. Y para eso se hace necesario mantener un contacto presencial, diario y continuado con quienes los puedan enseñar. Es decir, la formación de (buenos) hábitos solo puede estar incluida en un «plan de estudios» doméstico, el cual, si es eficiente cargará a los individuos con los instrumentos necesarios para obtener sus logros, pero si es omiso, retardará innecesariamente el avance en cualquier ciclo educativo (o de otra índole) que estos pretendan abordar.  

Un  hábito es un proceder  comportamental que se incorpora  a fuerza de su repetición  infinidad de veces, transformándose así en automático. (Pongámonos a pensar que gran parte de nuestros comportamientos son realizados por nosotros automáticamente, es decir, de manera habitual). Si bien existen habilidades y destrezas que se adquieren por INFORMACIÓN (como lo sería, por ejemplo llegar a ser un experto en literatura griega), hay otras que son imposibles de ser adquiridas por información, sino que se adquieren por HÁBITO. Por ejemplo, es improbable que una persona adquiera la rutina de cepillarse los dientes solo porque la maestra en el salón de clase le comente que es saludable o porque se lo informe una propaganda por televisión, sino que la adquiere cuando alguien le obliga a cepillárselos  cada día después de comer[1].

Los hábitos se adquieren por instrucción, es decir, son instruidos por personas, por la acción constante y continuada de presencias cotidianas, que además hacen un seguimiento de su asimilación. Por ejemplo, para ilustrar el concepto consideremos el hábito consumista que nos es administrado por la acción constante y continuada de la propaganda cercana; el seguimiento de dicho hábito (como puede ser beber determinado refresco) es realizado por los analistas de marketing. Y el reforzamiento del mismo no es abandonado fácilmente por parte de las empresas interesadas en obtener su propio logro (mercantil).

Pero existe un problema, el cual podría ser la raíz de la falla antes mencionada: la merma generalizada en la adquisición de estos hábitos instrumentales. Este notorio descenso podría  explicarse por una disminución generalizada (y en no pocos casos, la desaparición) de buena parte de las propiedades intrínsecas de la convivencia, como lo son la interdependencia, el diálogo, la empatía o la colaboración. Esto, debido a su vez a múltiples causas, entre las cuales podríamos considerar: una abrupta baja  en el número de integrantes del (considerado) núcleo familiar, el ausentismo  adulto/parental, la reducción significativa o la falta de comunicación verbal entre convivientes, y el desinterés en mantener un vínculo afectivo o una ligazón parento-filial. Por lo tanto, es lógico que en esos casos la instrucción de hábitos no pueda formalizarse por carecerse del vehículo necesario. Por eso parece imprescindible corregir este problema para que el aprovechamiento del sistema educativo formal pueda ser llevado a cabo con éxito por sus usuarios.

Teniendo en cuenta que «instruir» puede confundirse fácilmente con «adoctrinar», dicho concepto podría llevar consigo cierta carga negativa. Pero no sería lógico despreciar esta tarea pensando exclusivamente en aquellos hábitos dogmáticos que se forman en nosotros con un propósito proselitista particular (como podrían serlo, por ejemplo, el rendir un culto o hacer una reverencia), sino por el contrario, parece más provechoso apreciar e intensificar la formación de aquellos hábitos que aportan operatividad, porque estos son los que facilitan nuestros logros.

Debe tenerse en cuenta que cuando un individuo desea abordar una actividad (digamos, positiva para su perspectiva de futuro) tiene dos posibilidades. Si este está cargado previamente con los hábitos operativos que hagan posible el encare, seguimiento y culminación de dicha actividad, su logro está en gran medida asegurado. Por el contrario, si no lo está, es probable que necesite desarrollar más esfuerzo y recibir continuamente motivación extra  para lograrlo. Y aún más, en caso de no contar con estos últimos, es muy probable que resienta o abandone dicha actividad, con el correspondiente perjuicio en su autoestima y el estancamiento en sus posibilidades de  crecimiento.   

También podría parecer lógico que se tienda a rechazar la formación de hábitos por considerarla proveedora de comportamientos obsesivos y de rigidez mental. Pero eso podría ser cierto para el caso de un hábito dogmático. Por el contrario, el hábito instrumental, aunque contenga algún grado de obsesividad (lo que permite su recurrencia para ser  utilizado como instrumento), es indispensable como herramienta facilitadora para sostener una actividad que permita a su vez lograr la producción y la transacción de objetos cambiarios[2] con el mundo. Por ejemplo, para quien no haya adquirido el hábito de cumplir un horario, difícilmente le será posible conservar un empleo que así lo requiera. Para graduarse en una carrera universitaria (siendo, o no, de acceso gratuito) es necesario tener perseverancia, y es lógico que quienes no hayan aprendido a tenerla no puedan, a su pesar, finalizarla por motu proprio. Para hacer frente a una frustración es necesario tener paciencia y confiar en una próxima oportunidad (a menos que se prefiera interpretar cómodamente dicha frustración como una insalvable oposición del universo).

Recordemos que estudiar es un trabajo. Por supuesto no un trabajo físico o manual, por lo cual en algunos casos pueda no reconocerse como tal. Es un trabajo intelectual que, como cualquier trabajo que se aspire a culminar con éxito, debe ser encarado con firmeza, esto es, con perseverancia, paciencia y responsabilidad.

Por eso, está en los adultos poner especial atención en las causas evitables por las cuales muchos jóvenes podrían estar fracasando en completar los diferentes niveles de su  educación formal, e intentar subsanarlas. Si bien las malas condiciones económico-financieras siempre son un obstáculo, no debería serlo la falta de hábitos instrumentales y operativos, ya que nuestros jóvenes necesitan, por ellos mismos y con  su proceder apoyado en estos, ser capaces de obtener los logros que planeen.

 

Nora Sisto

Enero, 2024

 

 

[1] Observemos, por otro lado, que una propaganda de TV no se ocupa de generar el hábito de cepillarse los dientes, sino el de elegir la marca de dentífrico o el cepillo con que se los debe cepillar.

[2] Para ampliar el concepto pueden leer el artículo “Objetos cambiarios en la educación” en www.capitanesypolizones.com.