Las armas que carga la escuela

El papel fundamental de la escolarización en aportar las «armas» intelectuales del hombre.

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Conocemos historias lamentables sobre chicos que se presentan con armas blancas o armas de fuego en sus escuelas con la intención de agredir a maestros y compañeros.  Pero no es este el uso de armas del que quiero hablar en esta oportunidad, sino de otras armas, las armas del intelecto cuya potencia, alcance y duración pueden ser tanto o más efectivas que aquéllas.

He mencionado muchas veces el concepto de “objetos cambiarios en la educación” e inclusive he publicado un artículo al respecto. El concepto de objetos cambiarios se utiliza en la Economía para denotar aquellos elementos con que es posible realizar transacciones monetarias o económicas, básicamente la moneda con la cual cada persona compra o vende valores durante su vida. Transfiriendo este concepto al ámbito de la cultura, he denominado de forma similar a aquellos objetos no materiales, atesorados no en nuestras arcas sino en la “caja fuerte” de nuestro intelecto y nuestra afectividad, que son “vendibles” o “comprables” en otro tipo de transacción, en este caso no económica sino humana, y que son los que nos permiten capitalizarnos, edificarnos y crecer como personas. Se trata de aquellos objetos con los que podemos organizar nuestra vida y realizar intercambios con el resto de los individuos. Se trata de bienes intelectuales y afectivos que tienen la virtud de poder ser  canjeados por otros bienes (también afectivos e intelectuales, aunque pueden facilitar la adquisición de bienes materiales, como por ejemplo, quien ha desarrollado la habilidad de ser eficiente en su trabajo puede obtener además de su satisfacción personal algún rédito monetario).  Estos bienes no son adquiribles por los caminos manidos que utiliza la sociedad de consumo, es decir no se “compran” con dinero corriente en ningún comercio ni se obtienen por sorteo o licitación. Es decir, son “adquiridos” pero por otro camino: por medio de nuestra educación. Y constituyen nuestras “armas” para lidiar con el mundo.

La Educación es sin lugar a dudas un factor fundamental de seguridad para cualquier individuo. Por medio de ella podemos acceder a una capacitación  específica e idoneidad en algún ámbito del conocimiento. Pero atesorar objetos cambiarios educativos no se trata exclusivamente de asegurarse un puesto  laboral o un estatus social. Un diploma o un título universitario no son las “armas” exclusivas con las que un individuo se puede dotar, sino que paralelamente a ellas están  las que surgen de otros aspectos de su educación y que son las que pueden habilitarlo (sólo por haber podido contar con ellos) como persona social, constructiva y feliz. Son las “armas” de su fortaleza como persona.

Ahora, el aprendizaje de estas “armas” no forma en general parte del currículum de ninguna escuela. Pero sí forma parte fundamental de un currículum no especificado por escrito pero que forma la base de la “escolarización” familiar y social. Es decir, quien se haya habituado a vivir en un ambiente saludable podrá entender y administrar aquellos objetos capaces de producir ambientes saludables. Quien se haya familiarizado con la honestidad podrá organizar su vida de acuerdo a los objetos que la construyen. Se puede aprender a cumplir con las obligaciones personales si se ha vivido entre quienes cumplen sus obligaciones, no a través de la teoría. Observando personas que trabajan  metódicamente se puede aprender a disponer de un método para aplicar en cualquier ámbito de actividad. Se puede aprender a hablar correctamente al lado de quienes nos hablan con corrección. En suma, esta escolarización requiere pasar tiempo al lado de personas que nos leguen o nos ayuden a construir dichos objetos de intercambio, no escuchando un programa de TV o jugando a un videojuego. Quienes cuenten con este tipo de escolarización seguramente puedan elaborar objetos que oficien como armas productivas para sí mismos y para el resto del mundo.

Una de las armas más potentes en nuestra vida es nuestro lenguaje de comunicación. Aunque el hombre primitivo pudiera emitir sonidos guturales, pronto se dio cuenta de que para poder introducirse en el mundo de la comunicación no era suficiente vocalizar algunos sonidos o gritar desaforadamente. Pero tanto el manejo del habla (e inclusive de la escritura) así como el de las actitudes corporales, aunque posiblemente puedan adquirirse de manera rudimentaria no se optimizan espontáneamente. Para poder hablar con cierto sentido y enriquecer lo que se quiere decir (aun cayendo en el extremo del sofisma) es necesario manejar un amplio vocabulario que permita explicitar conceptos, gramática para organizar con cierta lógica el contenido de lo que decimos, y como recurso mayor disponer de  diferentes idiomas para garantizar que todos accedan a lo que queremos transmitir (y a su vez entender aquello de lo que otros hablan). Y es un arma de liberación, ya que quien puede expresarse también puede exigir sus derechos. Poblaciones cuyos habitantes no logran articular más que un “ah” o un “eh” corren el riesgo de ser explotadas y devastadas por quienes sí saben expresarse para hacerlas obedecer. Por otra parte, la falta de habilidades lingüísticas y expresivas  hace que el individuo que la sufre reaccione violentamente hacia otros individuos como forma “in extremis” de expresar sus ideas, utilizando el énfasis desproporcionado y la falta de tolerancia como forma de acercamiento, o bien se repliegue sobre sí mismo dejando que la vida fluya a su alrededor sin hacerse partícipe de los  acontecimientos. Además, como el pensamiento se articula por medio de palabras, aquellos individuos con pocas o nulas habilidades lingüísticas tendrán como consecuencia serias dificultades para lograr una ilación constructiva y certera de sus ideas, ocasionando una ingente pérdida de la capacidad intelectual de su cerebro.

Razonar es una virtud pero también un arma insuperable. Porque nos pone en ventaja al momento de darnos cuenta si algún intercambio nos conviene o bien no es tan beneficioso para nosotros como podíamos suponer. Razonar, deducir e inferir son habilidades que nos permiten evaluar, pronosticar y proyectar todo tipo de transacciones. El intercambio de objetos es continuo en nuestra vida, porque tenemos seguramente que realizarlo con cada persona con la que nos topamos. Desde un “buenos días”, un “no” o un “si”, ocultar o brindar información, facilitar u obstruir un camino, brindarse a los demás o ser reticente, hasta negociar sesudamente, dar y recibir es un procedimiento cotidiano y sin pausa, por lo que es necesario aprender a realizarlo ventajosamente. Y es a través del uso de estas armas potentes que nos otorga el pensamiento lúcido que tenemos la posibilidad de  “defendernos” eficazmente de quienes intenten engañarnos u ofendernos.

Poder disponer de “armas de defensa personal” construidas en base a la educación, que nos permitan  vivir, crecer y desarrollarnos con firmeza es una gracia a ser otorgada por el sistema cultural, social y político de cualquier nación. Poder tener acceso a las mismas es de vital importancia ya que nos aleja del cautiverio de la ignorancia y nos acerca a un criterio de igualdad entre los hombres. Estas armas de “construcción masiva” son universalmente válidas y su uso contribuye a alcanzar un trato equitativo. Por el contrario, el uso de armas de otra naturaleza, como las armas de fuego o las de destrucción masiva es únicamente una ilusión, una “flor de un día” (o lamentablemente de muchos años de penurias)  incapaz finalmente de salvarnos, y puede convertirse en un vehículo incontrolable capaz de convertirnos en esclavos de quien las usa con más fuerza.

 

Nora Sisto


Nota: La imagen se denomina «Arma de instrucción masiva» y es obra del artista plástico argentino Raúl Lemesoff.