Las Plumas del Pavo Real

La violencia hacia las mujeres y su posible exacerbación debido a su híper-visualidad.

     A partir de la abolición de la esclavitud, la relación de pertenencia dejó de ser admitida para ser utilizada entre personas. Del verbo pertenecer hubo entonces que quitar  conjugaciones como «yo te pertenezco», «tú me perteneces» y otras similares que habían formado parte de una acepción existente desde la Antigüedad. Aun así, en momentos apasionados, expresiones como «eres mío» o «soy toda tuya» se continúan verbalizando en momentos de clímax íntimo, pero son solo metáforas y no expresan una afirmación literal. No obstante, la idea de apropiarse de alguien parecería subyacer en la mente humana, tal vez atávicamente, y particularmente en la época actual, en la que gobierna el consumismo, podría cobrar una vigencia mayor.

      Nos hemos habituado a que, al adquirir comercialmente un artículo, nos fijamos  en su apariencia y en el mensaje simbólico que emite, antes que en sus cualidades intrínsecas. Incluso su valor (monetario) es evaluado por nosotros de acuerdo a nuestro poder adquisitivo y (sin renunciar a él) vemos cómo (más adelante) lo podremos pagar. De la misma manera, parece producirse la “adquisición” de personas. Es decir, si me interesa un individuo que llama poderosamente mi atención, voy a hacer todo lo posible por adueñarme (metafóricamente hablando) de él; ya veré después si pago o no las consecuencias. (Así parece funcionar la pasión humana.)

      La creciente exposición visual de los hombres y en especial de las mujeres (yendo desde la absoluta ocultación hasta la desnudez extrema), asociado a una también  creciente tendencia a la avaricia (producida por la habituación al consumo), ha ocasionado que codiciar personas e intentar apoderarse de ellas se haya desplazado a un plano operativo sin demasiadas trabas de moral. Es un hecho que —como sucede con otras especies de seres vivos, en que los ejemplares receptores intentan atraer a los ejemplares fecundadores y así asegurar el mantenimiento de su especie— hoy las mujeres tienen mayor exposición y mayor poder de convocatoria visual que los hombres, y si eso lo  unimos a la costumbre cultural de acicalarse, la estrategia conjunta incrementa un efecto de extrema focalización. Sin embargo, este efecto que posiciona en forma dominante a las mujeres en la escena pública tiene, en algunos casos, efectos colaterales adversos.

      Es sabido que la legítima competencia entre mujeres por conquistar el «macho alfa» (o por lo menos, el que más interesa a la mayoría) se convierte a veces en una lucha feroz. Celos, traición, bullying y otras actitudes malignas impregnan las conductas agresivas que cada mujer pone en marcha para superar a las demás. Así, la lucha por vestir prendas de moda, lucir artículos de lujo y alternar en lugares prestigiosos son utilizados como mecanismos de atención o “llamadores” con los que se pretende convocar. Pero el problema principal y más peligroso surge cuando la conquista se convierte (más veces de las que desearíamos) en un natural generador de violencia.

      El poder de atracción es uno de los enormes poderes que detentamos los seres humanos. Potenciado por las estrategias de seducción, forma una especie de “combo” que en algunos casos para el receptor del mensaje no resulta fácil de asimilar. El poder de seducción mide la capacidad de atracción que puede desarrollar un individuo hacia otros individuos, generalmente con una finalidad de gratificación personal. En la actualidad, la híper-visualidad es lo que ayuda a tal propósito, y es el recurso más manido para atraer a los demás (más que otros recursos invisibles, como la bonhomía, la honradez, la inteligencia o las “buenas costumbres”, que fueran obligados a pasar a segundo plano por la presión cultural).

      Es por eso que la apariencia es cuidada al extremo y potenciada cada vez con más recursos para aumentar esa fuerza de atracción. No es extraño, por lo tanto, que esa fuerza (que sin ser física, igual desequilibra a quien la recepciona) se convierta, en algún punto, en agresión. Tengamos en cuenta que la presencia del diferente (por ejemplo, para un hombre una mujer demasiado atractiva, y para una mujer un hombre demasiado cautivador)  puede ser percibida como la de un extranjero peligroso y por lo tanto tender a su rechazo como acto defensivo y, lo que es más peligroso, a su aniquilación como recurso desesperado para la auto-preservación. Es así que, comúnmente una mujer que considere a otra mujer como competidora intente descalificarla, y un hombre que se vea amenazado en su dominio de sí mismo por una mujer a la que no puede ni acceder ni renunciar, busque deshacerse de ella (tanto en sentido figurado, lo cual sería dejar de frecuentarla, como en el más estricto, que consistiría en  hacerla literalmente desaparecer).

      Ahora, la dinámica de la respuesta al estímulo sexual es bien distinta para hombres y mujeres. Mientras que ante la mujer, cuando esta despliega su arsenal de armas seductoras, el hombre se excita (y busca entonces la inmediata concreción de su satisfacción), la mujer frente al hombre que la atrae se motiva (es decir, antes de dar el «», estima en él a alguien adinerado, a un prospecto de padre para sus hijos, a un amante potente y longevo, o a una figura paternal). Tengamos además en cuenta que en nuestra cultura (principalmente en la latina), si una mujer se pavonea delante de un hombre, éste está obligado a responder, porque si no lo hace podría ser tildado de “mariquita”. Quiere decir que, en lo que se refiere al sexo, el formato de la provocación y la respuesta no es tan sencillo de gestionar. 

      La extrema exposición es sin lugar a dudas una forma de violencia. Constituye una agresión por tracción. Esto significa que el individuo que presencia una exposición (que es, o que le resulta) agresiva, es sometido a una fuerza centrípeta, es decir una fuerza negativa que lo succiona impeliéndolo a rellenar el vacío que esta produce en él.  (Al contrario de lo que sería la aplicación de una fuerza positiva que lo presiona y lo impele a oponer a ella otra fuerza igual y contraria para contrarrestarla.)  Ante un artículo (o una persona) que es híper-exhibido ante él, el entrenado consumidor no puede resistir apropiárselo (y para eso, la cultura consumista se ocupa de anestesiar todas las posibles vías de abstención). Lamentablemente, en una sociedad competitiva (en el mal sentido), en la que se trata de “vencer o morir” sin otras opciones, para algunas personas es intolerable el destaque de otras; su brillantez las encandila, su esplendidez las aniquila y entonces reaccionan defensivamente. Para otras, cuyo intelecto se encuentra  distorsionado por patologías como la erotomanía u otras derivadas de adicciones imposibles de contener, la necesidad de destrucción del objeto amenazador se hace tan patente que generalmente desembocan en hechos lamentables.

      Para un hombre puede ser difícil convivir con una mujer altamente atractiva, porque, siéndolo para él no deja de serlo para los demás. Por eso a veces opta por privatizarla, es decir, en una actitud de patético egoísmo proscribe “de puertas afuera” su brillantez. Es así que (del mismo modo que a un pavo se lo despluma obteniendo de él un pobre pollo pelado y se lo sirve en una bandeja para consumirlo), se la despoja de sus atractivos: se la obliga a ocultar su figura bajo gruesas túnicas monocromáticas, se la prohíbe manifestarse verbalmente, se cercena su intelecto y hasta (por si acaso) se la somete a una ablación genital. Cuando no, en otros casos se utilizan técnicas de humillación, como la práctica del sexo oral, práctica asimétrica en la que, aunque para la víctima no revista lesiones de tipo físico, se la mantiene arrodillada en posición de subordinación y sujetándole la cabeza.

      Pero las mujeres no son agredidas por su híper-exposición (lo cual equivaldría a endilgarles la culpa de ser agredidas); son agredidas por la incapacidad de algunos individuos (los agresores) de tolerar o de responder civilizadamente a dicha exposición. Por eso, es imperiosamente necesario re-educar la percepción en general de la figura femenina (sobre todo, por parte del varón) para que no se continúe cayendo en situaciones nefastas.

 

Nora Sisto

Marzo 2023

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