Los Brazos de Venus

La figura de la mujer, plasmada como símbolo de belleza pero a la vez de impotencia y pasividad.

Imagen de Odoo y bloque de texto

Para una Humanidad extasiada a lo largo de los siglos, la visión de la Venus de Milo no solo ha constituido la sublimación de la belleza de la Mujer como símbolo universal; también ha sido la representación de su impotencia. La casual ausencia de sus brazos,  y en consecuencia, de sus manos —instrumentos ejecutores (reales o simbólicos)  indispensables para cualquier individuo para abrirse paso en el mundo— sirvió para asociar a ella la idea de una pasividad absoluta, la cual podría haber sido perfecta si además dicha figura hubiera sido deprivada de su boca.

Pero el concepto cultural arcaico dela pasividad de la mujer se remonta muy atrás en la historia del mundo. La visión de la mujer como receptáculo obligado de la “semilla” y de la concupiscencia del hombre, y cultivadora de su ego y de su progenie tuvo el fatídico destino de consolidarse como el concepto principal de meta-mujer y hasta nuestros días ha venido siendo trabajoso desarraigarla.

Desde la Antigüedad, la mujer fue (considerada) un “objeto pasivo”. En un comienzo,  porque la participación ciudadana estaba reservada a los integrantes de alto rango social (los militares, religiosos y políticos, o sea, los hombres), careciendo de ese  derecho aquellos individuos “inferiores”, como los esclavos, los niños y las mujeres. Más tarde, otra artimaña político-religiosa se ocupó de asignar a la mujer una “función” específica: la de procreadora, aunque manteniéndola bajo el mando absoluto del varón. Y con esto, ese sometimiento (que en un principio había sido el resultado de una simple división estratificada de la sociedad) pasó a convertirse en un dispositivo de control, un concepto maligno destinado a ser interiorizado como “natural”.

Incluso en la época actual, la semiótica continúa asociando al hombre con un signo vertical y a la mujer con signos horizontales, reforzando la creencia de que la misión universal de ésta consistiera en yacer esperando a ser penetrada (psicológica y físicamente) para procrear o para proporcionar placer, y a continuación  permanecer  durante nueve meses en una quietud imperturbable hasta la irrupción del “producto del hombre” cultivado en su interior, o bien hasta volver a ser deseada. En suma, parecería que a cualquier mujer debería bastarle con la gestación de un hijo para sentirse realizada, o sea, debería estar agradecida de que le sea “permitida” la tarea más trascendente del mundo (aunque esta sea biológicamente automática).

El gran articulador de nuestra cultura actual es la comunicación. Las señales que alimentan el conocimiento provienen de las imágenes (principalmente visuales) que nos son enviadas por distintos medios. En este contexto, la “mujer sin brazos” ha venido siendo replicada subliminalmente como la imagen de la femineidad. No obstante, también se ha venido bregando por volver a dotar (simbólicamente) a la mujer de tan emblemáticas extremidades, habilitándola paulatinamente a recuperar las facultades de “hacer y deshacer” (claro está, con relativa libertad).

Recordemos que hasta el siglo XX, las decisiones trascendentes no eran tomadas por las mujeres, sino que éstas estaban obligadas a “consultar con su marido” ante cualquier inquietud. Aun así, la  toma de decisiones continúa siendo naturalizada como inherente a los hombres, imperando la idea de que las decisiones “mejor tomadas” son aquellas surgidas del criterio masculino y no “a tontas y a locas”, como lo haría cualquier mujer.

Es que se ha conceptuado al hombre como desprendido de factores emocionales, los cuales al ser “naturalmente” femeninos podrían entorpecer el sano juicio y constituir un factor distorsionante del buen sentido de cualquier decisión. Pero la emocionalidad no solamente abarca los sentimientos positivos, sino también aquellos que llevan a la agresividad. Y estos sí son atribuidos “exclusivamente” a los hombres. Por eso sus brazos, generalmente prolongados en lanzas u otras armas de guerra (así como también en automóviles y otros instrumentos de movilidad) representan la bravura y la acción.

Aunque a la fecha se hayan logrado bastantes avances sociales en cuanto al tratamiento igualitario de hombres y mujeres, por ahora, los brazos de éstas últimas continúan manteniéndose “amputados” para muchas de ellas. Así como la “pasividad femenina” es un mito fácilmente rebatible, aquellas mujeres que aspiren a valerse de sus “brazos” (materiales e inmateriales) para acometer el mundo no deben necesariamente asimilarse al varón. Es de esperar que no se continúe privando a la Humanidad del sinnúmero de acciones positivas, constructivas y humanas que los brazos femeninos son capaces de aportar.

 

Nora Sisto

Octubre, 2022