Meta Mujer

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En nuestra cultura occidental contemporánea, el concepto de mujer ha sido objeto de ingentes y variados cambios de significado. Y ha sido, precisamente “objeto” porque no se le ha permitido ser ella misma sino que se le ha “permitido” moldearse acorde a determinados corpus teóricos implantados no porque sí en cada oportunidad.

Desde tiempos inmemoriales, el vocablo “mujer” fue siempre sinónimo de “objeto de baja calidad”, razón suficiente para que las generaciones sucesivas intentaran cambiarlo. Actualmente, la marca «mujer» se ha convertido en un producto. Y para hacer posible su “comercialización” en el marco del intercambio social, se han buscado formas inéditas para amplificarla.  Tanto es así, que hoy es probable que una mujer común y corriente no califique como “mujer” si no cumple con las “normas de calidad” instituidas por éstas.

Vale decir, el concepto “mujer” dejó de ser un hiperónimo el cual tradicionalmente englobaba ejemplares de una amplia tipología: el ama de casa, la artista, la ejecutiva, la deportista, todas ellas con un denominador común: la imperceptibilidad, para pasar a convertirse en apenas un reducido hipónimo de un concepto superior: el de meta-mujer. Este, a su vez pasó a englobar únicamente dos sub-especies: la híper-mujer, que es canonizada por cumplir a rajatabla con aquellos requisitos habilitantes (o que al menos, sigue la corriente y se esfuerza por cumplirlos), y la mujer “genérica”, que es hembra por su biología, pero que no hace nada por “subir de nivel”.

Ahora bien, si  es cierto que las subversiones al estatus asignado tradicionalmente al género  femenino han servido exitosamente para abolir, por ejemplo a la mujer segundona del varón, a la mujer sin voz ni voto, a la mujer sumisa y a otras figuras negativas asociadas a dicho género, también han arrasado colateralmente con las características positivas que hacen a la mujer (presumiblemente debido a su fisiología) superior en algunos planos, con respecto al varón.

Es decir, la mujer convencional, aquella a la que todos reconocían hasta hace un tiempo por una serie de características que hasta ese entonces llamábamos intrínsecas de toda mujer , de golpe desapareció y solamente un pequeño contingente de mujeres ha permanecido firme ante la insistente catequización por parte de movimientos (pretendidamente) feministas o mediáticos y no han transado, por ejemplo en cambiar su natural calidez por el estilo hot, o en transformar su energía fisiológica en agresiva combatividad.

El prefijo “meta-” significa "después" o "más allá” y se usa para indicar un concepto que es una abstracción de otro concepto. De esta manera, el concepto de meta-mujer indicaría una abstracción del concepto tal vez, demasiado simple de “mujer”. Por eso, dentro de él encontramos, por ejemplo el de “híper-mujer”, que identifica a aquella cultivada bajo la exageración de las señas culturales atribuidas a su aspecto físico, bajo el paradigma de la belleza obligatoria (belleza visual, por supuesto), e inducida a una desconexión funcional (especialmente una remisión de sus facultades reproductivas y una liberación respecto al tedio de la crianza de niños), condiciones a las cuales si no se aspira se estaría cometiendo un delito “mortal” (es decir,  la mujer “muere” cuando deja de ser un objeto codiciado).

Paralelamente, según este credo, aquellas no interesadas en sobresalir, deberían aceptar ser inferiores, o sea  resignarse a pertenecer a la categoría de infra-mujer, la última y más lastimosa categoría dentro de dicho catálogo perverso. De este modo, es fácil naturalizar la denigración de esa mujer, muerta por ser sencilla, que no cuelga selfies sexys en las redes sociales, que no se mueve si no es con una coreografía detallada de poses estudiadas y provocativas, a la que no le importa vestir prendas de temporadas anteriores ni pasar desapercibida a los ojos del público, porque dicha actitud solo puede revelar una hipótesis atroz: es una híper-mujer fallida.  

Sin embargo, para una mente medianamente inteligente debería ser claro que la mujer común, la de todos los días, la mujer hacedora del mundo no es una marca “trucha”. Y que una mujer “verdadera” no es (no debería ser) una caricaturización, un personaje cuyo único motivo en el mundo sea subir al podio de la esplendidez, un ser que desprecie la dependencia por no haber entendido que la interdependencia es el tejido que construye a una sociedad, que rechace ser una mujer “lisa y llanamente” sin comprender que lo liso y lo llano pueden ser la base más sólida para construir el edificio de la Humanidad, en fin, un monigote cuya mayor aspiración sea tener su minuto de fama y volar alto como una reluciente pompa de jabón, porque ésta, invariablemente  al tocar tierra se desintegra.

 

 Nora G. Sisto
Feb. 2023