"Nací Para Ti"

La afanosa búsqueda del hombre ideal.

 

      Quienes leen mis artículos ya se habrán dado cuenta de que me encanta tomar viejas películas para encuadrar las ideas que se me van ocurriendo. En esta ocasión  voy a mencionar la película «Marjorie Morningstar»(1) (USA, 1958), un clásico protagonizado por la bella Natalie Wood. En dicho film, la actriz encarna a la jovencita Marjorie Morgenstern que en durante un campamento lejos de su familia conoce al director teatral Noel Airman (interpretado a su vez por el legendario Gene Kelly), del cual se enamora perdidamente. La situación da lugar a un complicado romance, que es muy interesante porque encierra uno de los conflictos emocionales más comunes para las mujeres del siglo XX y que posiblemente se haya extrapolado hasta el presente: la disyuntiva entre elegir al hombre avasalladoramente rutilante o al hombre doméstico y común.

      No es casualidad en el film, que Marjorie pertenezca a una familia (judía) tradicional, lo cual la hace el prototipo de la chica “casadera”, cuyo molde podría perfectamente caber a cualquier adolescente típica de aquella época. Este detalle es muy significativo y no es menor, ya que productos fílmicos como este constituían el producto cultural que consumíamos las niñas y adolescentes en aquel entonces y que modelaban subrepticiamente nuestras ideas y convicciones. Pensemos que hasta mediados del siglo XX, casarse era el destino obligado para cualquier mujer, porque tener marido era lo que le otorgaba su prestigio social. Firmar, por ejemplo “Sra. de Pérez” era un orgullo personal (aunque ese “de” implicara pertenecer a alguien), y con eso las mujeres casadas podían sentirse superiores a las “señoritas” y a las “solteronas”, y más aún, cuando ostentaban un apellido compuesto y muy largo (como “Sra. de Martínez Montero Villar del Campo y Posadas”) el prestigio se multiplicaba en función de su longitud. La figura del marido representaba la solidez (tanto en el aspecto económico como en la estabilidad de la pareja y la futura familia). Por eso, las mujeres debían abocarse a encontrar el mejor candidato y era común enfocarse en un médico, un abogado, un empresario exitoso o alguien perteneciente a la alta sociedad.

      Sin embargo, Noel representa la antítesis de ese prospecto. Personifica, por el contrario, al hombre descollante ante el cual cualquier mujer se entregaría sin pensar: es el hombre exitoso, sin ataduras y aclamado por multitudes (en este caso, por los espectadores de las obras de teatro que presenta), la figura capaz de suscitar el enamoramiento instantáneo de cualquiera (hombre o mujer), pero dista sideralmente del  hombre estable y confiable, prometedor de un futuro asegurado (como el que en aquella época se aspiraba a tener). Es decir, Noel no es el prototipo del hombre doméstico, (esperadamente) fiel y paternalista con el que (para ajustarse a los mandatos culturales de aquellos  tiempos) las mujeres se debían casar. He ahí donde se produce el archiconocido dilema.

      Parece haber sido siempre un intríngulis para una mujer tener que decidirse por un hombre de una especie o de la otra: elegir para el resto de su vida a un hombre confiable, acorde a las normas de seguridad establecidas, o inclinarse por el amor tumultuoso (aunque fuera efímero) de un hombre avasallante y atarse ciegamente a su vida aunque después la convivencia no le diera todo lo que había soñado alcanzar. Peor era cuando debía enfrentarse al desencanto de no poder domar a ese  hombre al cual eligió con la secreta ilusión de domesticarlo.

      Por eso cabe preguntarse: ¿Por qué las mujeres se ven atraídas por hombres indomables, si sueñan con su domesticación? O, al revés: ¿Por qué retorcida razón  eligen a un hombre modesto y común, y después lo acicatean para que cambie? La ilusión que la dupla antagónica del león-cordero produce en la mente femenina se presenta como muy excitante, aunque encontrar a alguien que cubra para siempre esa dualidad sería como encontrar un diamante en un océano. Sin embargo, muchas mujeres sueñan con encontrarlo. Otras intentan moldear a su medida al hombre elegido, y las más sensatas simplemente tratan de funcionar lo mejor posible junto a su hombre y alcanzar una vida feliz. La mente humana consta de caminos simples que llevan a terrenos tortuosos por los que hay que aprender a transitar. Y aun hoy, a la edad de nuestro mundo, muchas interrogantes permanecen sin contestar. Pero analicemos al menos algunas características que podrían contestar esas preguntas.

      Si no se hubiera  inventado la cultura, seguramente el hombre no habría llegado a ser hombre sino que se habría mantenido como macho y nada más. Esto habría ocasionado que su contacto con las hembras (que tampoco se habrían convertido en mujeres) fuera exclusivamente el de su instinto embestidor-reproductor. En ese desempeño habrían resaltado su fuerza, su determinación, su frecuencia y la visión que, apoyada en dichas características comunicacionales, las hembras hubieran tenido de él. Tal vez, en alguna ocasión el resguardo de su hembra predilecta con respecto a otros machos asediadores, o la salvaguarda de la misma respecto a animales salvajes, podrían quizás haber completado el cuadro conceptual que ésta se hiciera de él. Y posiblemente, este cuadro se haya encriptado en lo profundo de su cerebelo, para ser transmitido a su descendencia por toda la eternidad.

      Por otra parte, la ilusión de tener el poder de torcer el comportamiento de un hombre haciéndole aceptar sus condiciones, es para muchas mujeres un potente motivador. Recordemos por un segundo la escena de la serie televisiva «Game of Thrones» en que la pequeña, delicada  y blanca Daenerys queda, en su noche de bodas, a merced de la brutalidad sexual del oscuro gigante Khal Drogon. Seguramente, adelantándonos a los acontecimientos, más de uno tuvimos que contener la respiración. Sin embargo, para sorpresa de los espectadores, es esa (aparentemente) frágil figura femenina la que pasa a dominar la situación, ya que convence a su exótico partenaire, acostumbrado a tomar las hembras por detrás, a disfrutar el sexo en pareja enseñándole la posición del “misionero”.

      Cuando en un pasaje de la película Noel canta «A very precious love» clama  subliminalmente por el beso tierno, la presencia cálida de alguien junto a él. Pero es solo la letra de una canción. Aun así, al entonar esas palabras, el bad boy da a entender que no busca el amor desenfrenado (aunque su trayectoria personal de excesos y desorden así lo sugiera), sino que expresa de alguna forma que podría estar dispuesto a cambiar. Y esto, generalmente es posible (solo que la costumbre interpone un peso muy difícil de eliminar). Esa declaración velada es una “bomba” para Marjorie  (así como para cualquiera de las chicas que lo escuchan), una contradicción altamente erótica, un juego terriblemente excitante que con el tiempo no ha dejado de conmover a las mentes femeninas en su lucha tan incansable como irresoluble por transformar en ange  el démon que ansían conquistar (y a veces, al revés). 

      Pero no es solamente la mujer la que cae, confusa, en esas contradicciones. El  hombre también se vuelve presa de las mismas. En una parte de la trama de la película, Noel cree haberse convencido de volverse un hombre respetable y convencional; sin embargo, en otro pasaje recrimina a Marjorie el buscar subrepticiamente en él un marido (con las connotaciones negativas que este concepto parecería ocuparse de encerrar: monotonía, monogamia, obligación de sustento, y mediocridad). Es que para un hombre como Noel, el interés en una mujer no  parece suficiente motivación para cambiar de estado (o sea, cambiar de la libertad absoluta al yugo matrimonial). Entonces, para desilusión de la protagonista surge ahí la cruda certeza final: ese hombre rutilante  jamás podrá ser el marido (en ese sentido llano y tradicional) que soñó.

      Aunque vivir en pareja es emocionante, estimulante, gratificante, productivo y provee a cada integrante de la misma muchas ventajas más, para la mujer ya no es obligatorio. La mujer ya no necesita apoyarse en el “bastón” de un marido (o una pareja masculina o simplemente un hombre cualquiera) para caminar. Ni siquiera para mantenerse de pie en el mundo. Sin embargo, la ilusión de encontrar al “hombre de su vida” parece continuar incambiada, anclada a las mentes femeninas como una materia pendiente, un fin que, aunque evitable, parecería permanecer enquistado en lo más profundo, esperando el momento apoteósico de emerger.     

 

Nora Sisto

Marzo 2023  

                                                           

(1)   Titulada en español como «Nací para ti», está basada en la novela homónima de Herman Wouk, ganador del premio Pulitzer por “El Motín del Bounty”.