Zona de riesgo

El comportamiento parasitario y su pérfido daño colateral.

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«Zona de riesgo» fue una serie argentina creada para público adulto por la conocida dupla Maestro-Vainman, que se trasmitió por la televisión abierta durante los años 1992-93. De sus muchos y variados capítulos que retrataban situaciones corrientes de la vida cotidiana, uno de ellos se destacó particularmente por dar un decidido puntapié a la apertura social de las relaciones homosexuales masculinas, impactando no solo porque dicha temática era expuesta públicamente, sino porque por primera vez un beso entre dos hombres era exhibido en una pantalla como algo natural.

Sin embargo, en este caso quiero enfocar la atención en otro asunto que en el mencionado capítulo se ilustró con mucha claridad: un típico caso de comportamiento parasitario. En esa  trama, los actores Rodolfo Ranni y Gerardo Romano son los encargados de personificar a una pareja homosexual de hombres adultos cuya relación es de larga data, además de armónica y feliz. No obstante, en determinado momento surge la ruptura de dicha relación cuando el primero  de ellos es seducido por un hombre mucho más joven, un «trepador» que busca conquistarlo por cualquier medio (incluso renunciando a su heterosexualidad), con el oculto propósito de encaramarse a su éxito y su prestigio. No creo haber sido la única persona en indignarse ante la usurpación pergeñada hacia el personaje de Romano, pero no por ser una usurpación surgida de un (factible y entendible) recambio amoroso, sino por deberse al sórdido deseo de apropiación oportunista de un nicho de poder sin el mérito de haber transitado los escalones previos. Por eso me ha parecido interesante reflexionar sobre el tema.

El comportamiento parasitario es muy común, y se manifiesta en muchos y diversos escenarios. Es un tipo de comportamiento depredador (entre un parásito y un huésped) que surge de diferentes motivaciones. En el caso de organismos no humanos, el parasitismo se manifiesta por la necesidad de sostén y/o nutrición del parásito, por el cual este se adosa a otro organismo para vivir (como en el caso de una enredadera, una tenia o un piojo). En cambio, el comportamiento parasitario entre personas puede ser motivado por otros factores, como incapacidad, conveniencia o comodidad del parásito en cuanto a auto-sustentarse (llevándolo a vivir a costa de otros), o bien por  egoísmo o ambición (como en los casos de adosamiento deliberado a alguien exitoso). 

Un ejemplo del primer caso lo ejemplifica la película «Parásitos» (Corea del Sur, 2019), que ilustra el comportamiento parasitario masivo de toda una familia de desocupados que van adosándose paulatinamente a cada uno de los integrantes a una familia adinerada, bajo el engaño de servirles en diversas tareas específicas, pero con la oculta finalidad de vivir a sus expensas. En este caso (como en muchos otros), lejos de llegarse a una simbiosis tácita entre ambos grupos de personas, el comportamiento depredador de los individuos parásitos se desmadra, llevando al  desenlace fatal de acabar literalmente con sus huéspedes.

Otra situación de parasitismo es la producida adrede por algunos gobiernos que, ante su incompetencia para generar oportunidades laborales y formas equitativas de acceso a los bienes elementales, utilizan el comportamiento parasitario como estrategia populista, haciendo que parte de la población (que pasa a formar una «clase parasitaria» integrada por individuos improductivos, sin empleo y sin medios propios de subsistencia) sea mantenida por otra parte de la población (la población productiva y trabajadora) a la cual se le exige un canon para ser invertido en planes sociales (cuyo mérito no es atribuido al sacrificio de esta, sino a los gobernantes).

El comportamiento parasitario no sería posible sin la existencia de individuos u organismos vulnerables que puedan ser elegidos en cada oportunidad por un parásito para vivir a costa de él. El ejemplo clásico (que puede tomarse en forma literal o como una alegoría) es el tronco del árbol al que se adosa una enredadera (también denominada  acertadamente «trepadora»), la cual por no poseer una estructura propia de sostén, para vivir debe adosarse a otro organismo que sí lo tenga. En estos casos, el árbol (huésped) no puede librarse del parásito por sí solo, debido a su inmovilidad. Es decir, no posee un comportamiento defensivo que le permita rechazar la planta que lo avasalla y que generalmente llega a taparlo por completo, haciendo que a simple vista sea imposible apreciar la magnífica estructura sustentante, y en cambio sí al parásito que la cubre aprovechándose de esta para sobresalir y relucir.

También en el caso de personas existen individuos vulnerables a los comportamientos parasitarios, posiblemente debido a su tendencia a dejarse seducir.  No se trata necesariamente de personas débiles o faltas de carácter, sino que la causa de su vulnerabilidad está en su orgullo, al creerse «elegidas» por el individuo parásito que, como en el caso descripto al comienzo del artículo, las envuelve con una actitud seductora, venciendo su lucidez y su voluntad. En otros casos es la abulia del huésped lo que lo lleva a dejarse avasallar por aquel individuo prepotente que ve, justamente en su pasividad una oportunidad para «montarse» sobre él.

Es muy frecuente y son muchos los casos en que se manifiesta esta «enfermedad» social. Y la única cura es el fortalecimiento del autoconocimiento y el respeto hacia los otros. Siempre ha habido aprovechadores y aprovechados. Lo malo es que los logros de los primeros no solo opacan los de estos últimos, sino que ensombrecen y siembran de mala praxis el camino que, para lograr sus propósitos, obligatoriamente  tienen que atravesar y sortear por mérito propio todos los demás. 

 

Nora Sisto

Julio, 2024